Nativo del sur se trasladó a un rincón privilegiado de la Región de Los Lagos, con vista al majestuoso volcán Osorno y el lago Llanquihue, para conocer el restaurante Espantapájaros, que se ha convertido en un destino gastronómico imperdible para los habitantes de la comuna de Puerto Octay, alrededores y extranjeros. Sin embargo, detrás de su exitosa trayectoria hay una historia de raíces, tradición y pasión por la cocina, protagonizada por su dueña y chef, Cornelia Prenzlau, con quien conversamos.
Un regreso al sur con propósito
Desde niña, Cornelia estuvo inmersa en la cultura culinaria. “Nací y me crie acá. Estudié en el Colegio Alemán de Osorno y me fui a Santiago a estudiar Administración Hotelera en Inacap. Luego me volví a trabajar al sur. Me podría haber quedado en Santiago, pero sabía que si me quedaba, me costaría mucho más volver”.
El amor por la cocina lo heredó de su padre, un niño de postguerra que había desarrollado una relación muy especial con la comida y la estacionalidad de los productos. “Las estaciones del año eran fundamentales para él. En primavera se preocupaba de que la huerta produjera repollos para hacer chucrut en otoño, o de alimentar a los cerdos para preparar cecinas en invierno. En verano, hacíamos suficiente jarabe de frambuesa para todo el año”.
Estas prácticas quedaron impregnadas en la memoria de Cornelia, quien también creció con la influencia de su abuela, una apasionada cocinera que la introdujo a recetas tradicionales como la sopa de chicha y otras preparaciones de frutos secos.
El camino hacia Espantapájaros
Antes de abrir su propio restaurante, Cornelia acumuló experiencia en diversas áreas de la gastronomía. “En Inacap aprendí lo básico: los nombres, las salsas, los cortes. Soñaba con una banquetearía, pero mi camino terminó llevándome a la cocina”. Su madre le advertía que era un trabajo “para hombres” por la exigencia de los horarios, pero con el tiempo logró equilibrar su vida familiar y profesional con el apoyo de su esposo, un veterinario con quien comparte la visión de un estilo de vida en contacto con la naturaleza.
En su camino, Cornelia también fue profesora de cocina en el Liceo de Puerto Octay, experiencia que la vinculó con la comunidad y le permitió escribir un libro para sus alumnas.

“Postulé a varios trabajos, pero al final abrimos el restaurante con mi padre. Desde el principio, él tuvo una visión clara: quería un espacio grande, para 100 personas, redondo, con asado al palo y un fogón central”.
Espantapájaros comenzó con un concepto de tenedor libre, basado en la tradición de las onces alemanas. “Observé que funcionaban porque tenían un solo precio y el que invitaba sabía exactamente cuánto iba a pagar”.
Por 15 años, este sistema definió al restaurante, pero con la llegada de la pandemia, decidieron hacer un cambio radical. “Me di cuenta de que la gente venía por la abundancia más que por la experiencia gastronómica. Así que optamos por una carta más cuidada, con productos estacionales y pensados en la calidad”.
La identidad chilote-alemana
Uno de los sellos de Espantapájaros es la fusión de la cocina chilota y alemana, reflejando la historia de la región. “Cuando llegaron los alemanes al lago Llanquihue, también lo hicieron los chilotes. Ellos trajeron luche, ulte, cochayuyo, cholgas ahumadas, piures. Mi abuela contaba que su bisabuela servía cazuela chilota en los cumpleaños, seguida de un asado de ganso”.
Uno de los platos de Cornelia es el chilote-ramen. “Hice un caldo de repollo con cholgas ahumadas y lo transformé en un ramen. Es una fusión contemporánea de las dos culturas”. A pesar de la innovación, el clásico más pedido sigue siendo el asado al palo, seguido por una preparación de repollo morado, chucrut y albóndigas de pan.
Para Cornelia, cocinar es un acto de amor y tradición. Cada plato en Espantapájaros es un reflejo de su historia, su familia y la identidad del sur de Chile. “Trabajamos con ingredientes de nuestra huerta, aprovechando lo que nos da cada estación. Buscamos que cada comensal disfrute de la comida como una experiencia, no solo como una necesidad”.

Con más de 20 años de trayectoria, Espantapájaros sigue siendo un referente en la región. Pero más allá de su éxito, lo que realmente lo hace especial es la historia que hay detrás: la de una mujer que volvió al sur para honrar sus raíces y compartir su pasión con quienes cruzan la puerta de su restaurante.
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